¿Soy lo que ves o lo que dejo ver?
Una
bandera británica, un águila imperial, un cartel de Nueva York City, son
algunos elementos, aunque no los únicos, que vemos con frecuencia preocupante
en ropas, gorras, zapatos, y otras prendas que usa la población.
Es
una práctica que se desprende en parte de la moda, y en parte de lo que ha sido
necesidad en el comercio cubano, que ha puesto en el mercado industrial
minorista, sobre todo en las llamadas “trapi-shopping”, piezas recicladas de
cualquier zona del mundo que tienen esos símbolos como adornos, y peor, como
estandarte.
Digo
estandarte con toda intención, pues no son figuras inofensivas satisfaciendo
necesidades vitales de vestido y calzado. Para nada. Son las herramientas de
vanguardia de una ofensiva de colonización ideológica, en tiempos en que las
agresiones armadas son solo una opción cuando fracasan las campañas de
dominación cultural.
Cuando
llevamos en alguna parte de nuestro cuerpo un atributo extranjero, que por lo
general no es el símbolo de un país pobre, latinoamericano, africano, asiático,
ni siquiera europeo, nos estamos sumando al juego de apropiarnos y de venerar
signos que nos esclavizan. Comienza por ser un inocuo pullover o zapatilla, y
termina siendo la aceptación y el deseo de un modo de vida que nada tiene que
ver con nuestros valores.
Cubanos
y cubanas nos educamos como personas honradas, solidarias, trabajadoras, altruistas,
que valoran el esfuerzo personal y colectivo, que no necesitamos ostentar ni somos
superficiales. Sin embargo, las sociedades que un símbolo extranjero
imperialista refuerza y promueve, son las del egoísmo, la de “más tienes más
vales”, la de “triunfo yo sin medir cómo ni costo”, la de “los demás y sus
problemas no me importan”, la de “robo, arraso, atropello, pero obtengo lo que
necesito como si fuera un derecho mío tenerlo, aún por la fuerza”.
Estas
ideologías no describen pueblos miserables. Son las ideologías que anhelan,
defienden e impulsan los grandes monopolios económicos, políticos y culturales,
arrastrando en muchos casos a parte de los hombres y mujeres que habitan tales
estados, y tratando de imponer, como visión única de mundo, a todo el planeta,
hasta su último reducto de resistencia, ideológica y práctica, como nuestra
isla.
Cierto
que es más fácil encontrar prendas para usar con esos símbolos que los nuestros
en ropas, zapatos u otras. Pero en todo caso vale preguntarse si realmente
necesitamos como personas lucir signos que nos son ajenos, o deberían serlo, o
si simplemente podríamos comprar y satisfacer nuestras necesidades, dentro de
las posibilidades económicas individuales, con productos más éticos.
Me
cuestiono incluso por qué debemos nosotros irrespetar los símbolos de otras
naciones y otros pueblos, porque casi siempre hay un significado heroico en
banderas, escudos, y otros elementos, aun cuando la sociedad de consumo, o los
monopolios, los distorsionan.
Soy
de las que creen que llevar al Che, nuestra bandera de la estrella solitaria, o
a Fidel, en una gorra, una camisa, o un collar, sería un orgullo porque van
también dentro de mí, y los prefiero antes que portar otros símbolos. No
critico siquiera a quienes optan por llevar sus imágenes, esas que sí nos
representan como pueblo, en cualquier prenda. Pero, por ética y respeto,
escogería incluso dejarlos en el corazón y los actos, y lucir de otra manera,
de buen gusto y de buena ideología.
Claro
que le toca a cada quien reflexionar más detenidamente en estos temas, para si y
para su familia. Pero lo importante, lo
urgente, es que no se tome a la ligera, y no plegarse al juego de
convertirnos en títeres de un pensamiento ajeno y una práctica alejada de lo
que hasta hoy nos ha distinguido: nuestra dignidad y nuestra auténtica idiosincrasia.
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